domingo, 13 de noviembre de 2016

Viviendo deprisa

Viviendo deprisa
(O... como deberás una pausa con tu actitud)

Tienes ocho meses y ya empiezas a tener forma de ser. Empiezas a tener personalidad. Te enfadas y te alegras. Protestas y sonríes. Te sorprendes y te asustas.
Te das cuenta cuando algo no te gusta y lloras y te ríes cuando algo te hace gracia.

Todo esto lo haces por varios motivos, pero sobre todo, el más importante, es porque aún sólo eres un bebé y no tienes prejuicios de ningún tipo. Simplemente, reaccionas de la única manera que sabes: siendo tú.

Esto te puede parecer un tontería según con la edad con la que leas esto, pero habrá un momento en la vida, en la que entiendas el sentido que tiene. Porque vivimos en un mundo en el que es muy difícil ser como uno querría ser. Con el tiempo, y acostumbrada a tener que ser siempre de una manera para ser correcta en todo lo que hagas en los diferentes ámbitos de la vida, te darás cuenta que o no eres como te gustaría ser o que te has obligado a ti misma a ser de una manera distinta cuando estas con más gente.

Lo que te hará ser grande no es otra cosa que tú forma de ser. Y el modo en que la pones en funcionamiento: la actitud.

Y en tu forma de ser, sería bueno que fueran implícitas ciertas cosas que te harán ser mejor. Para terminar la frase, debería ser: que te harán ser mejor persona.

Mejor persona si llegas a entender que tu no decides lo que es justo y lo que no y sobre todo aceptarlo (luchar contra todo siempre no te va a traer nada más que noches sin dormir). La justicia, entendida como tal, aparece por si sola cuando realmente tiene que aparecer atraída por la buena fe de tus actos y tus palabras. Nunca creas que puedes tomarte la justicia por tu mano, porque perderás dos cosas, el derecho y la razón.

La razón cuando no se tiene, hay que aprender a reconocerlo. Será la única forma de que te des cuenta de que hay otros modos de pensar y de ver el mundo distinto al tuyo; quizás todos sean válidos.  Pensar de forma distinta no te hace ser mejor ni peor que los demás.

Los demás son todo lo que compone tu entorno. Ya te dije en otra carta que hablases con mucha gente, de aquí y de allá, que todo el mundo puede tener la solución a lo que buscas o la respuesta a tus preguntas. Pero tampoco te olvides de ser generosa con los demás; tienes que saber dar. Y no sólo para después recibir, simplemente dar y compartir. Porque nunca sabes cuándo vas a necesitar que alguien te ayude. En la ayuda sin intereses de los demás encontrarás un buen sistema métrico para poder medir cuan grandes son las dos sentimientos que impulsan a alguien a ayudar a otro: la comprensión y el amor.

El amor que nos hace estar vivos y que nos permite tener un medio de comunicación global al alcance de cualquiera y que puede entenderse en cada rincón del mundo. Las sonrisas y las caricias no entienden de idiomas, ni los besos discuten sobre religión o colores de piel; el amor es amor aquí y en la otra parte del mundo.
  
El amor es, para que te hagas una idea, cuando te despiertas por la mañana y te sientas en la cuna y yo me acerco para cogerte y tu sonríes levantando los brazos. Daría todo lo que tengo si me asegurasen que esa imagen no se borrará de mi memoria jamás.
  
Amor es no entender ninguna de las sensaciones felices que vives cada instante; cuando te sientes feliz y no puedes parar y tampoco puedes hablar para expresar con las palabras exactas lo que te pasa por la cabeza, eso es amor.
Amor también es temblar de miedo por las cosas que puedan pasar. Cosas para las que yo, por ejemplo, no estoy preparado y me dan miedo.

Tener miedo no es malo; lo malo es no saber canalizarlo para apaciguarlo. Tener mucho miedo es igual de malo que no temer absolutamente nada: en ambos casos creo que se actúa de formar inconsciente y se toman decisiones irracionalmente.

Me da miedo que crezcas porque todo pasa muy deprisa; me da miedo que dejes de ser mi pequeña. El fondo, este miedo irracional es a que crezcas y dejes de depender mí, dejes de necesitarme. Es ley de vida que cuando te hagas mayor, también se haga mayor en ti la independencia y eso ahora mismo es algo que no puedo soportar.

Igual que no puedo soportar pensar que conforme crezcas, te pasarán cosas que no quiero que te pasen; pasaremos noches en vela porque tendrás fiebre, llegarás llorando del colegio, te caerás y te harás daño, te dolerá la cabeza, alguien te hablará mal, se te caerá un diente y alguien (yo) tendrá que darte el último tirón para quitártelo… pero sobre todo no puedo aguantarme las ganas de apretar las manos si pienso en que cuando te pase algo de eso, no soy yo quien te calma. Quiero ser quien te calme el llanto y quien te cure las heridas. Quiero que sientas que siempre que pase algo, yo seré quien te cuide. Quiero ser tu héroe. Quiero que me necesites.  

Te prometo que podré curarte las heridas cuando te caigas mientras saltas, podré enseñarte matemáticas hasta que seas capaz de entender para qué sirve calcular una integral, podré cuidarte cuando tengas fiebre e incluso, también podré cuidarte cuando alguna vez te rompan el corazón por amor (a quien te rompa el corazón yo le romperé las piernas), pero siento decirte, que hay muchas cosas que yo no podré arreglar por ti. Y tendrás que estar preparada.

Y que estés preparada para afrontar las cosas solo depende de tu actitud. Sólo de eso. Es importante que uno aprenda a relativizar las cosas que pasan y darles la perspectiva que realmente le corresponde a cada vivencia que tenemos. No todo en la vida pueden ser dramas, porque los dramas de verdad existen y alguno te tocará vivir. Hay familias que se rompen porque alguien muere, hay gente no tiene trabajo o están enfermos, hay quien no tiene familia cerca porque están muy lejos. En definitiva, hay gente que de verdad tiene problemas.

Pero mientras no pasen cosas de ese tipo, nada debe convertirse en el fin del mundo. Puedes tener problemas, si, pero serán transitorios: momentos malos transitorios. Vienen y van. Vivencias malas que el tiempo se encargará de ir equilibrando entre el dolor y la supervivencia para que conforme pasen los días el punto de equilibrio se desplace hasta el extremo positivo.  

Pero intenta con todas tus fuerzas que vivir un mal momento no te quite el resto de ilusiones, porque pese a que el ser humano es así, hay que ser muy imbécil para permitir que una cosa mala se lleve consigo veinte cosas buenas.

Todos tenemos cosas buenas. Tú, yo y todo el mundo. Si hiciéramos una lista, escribiríamos rápidamente veinte cosas que tenemos buenas en la vida. Y malas, también tenemos cosas malas. Pero no vamos a pasarnos la vida de lamento en lamento. Tenemos y tendremos problemas, pero no dramas. En esta casa, hacemos esfuerzos cada día por ser felices, por dejar fuera todo lo que no nos aporta nada bueno. Y eso es lo que queremos enseñarte e inculcarte.

Me pasa a menudo, que cuando he tenido una conversación importante, personal o por trabajo, trato de rememorarla a las pocas horas, repasando cada parte de la conversación y analizando las cosas que he dicho. Siempre, el noventa por ciento de las veces, me doy cuenta de que hay cosas que hubiera dicho de otra manera, las hubiera expresado con otras palabras o que quizás, debería haber movido menos las manos. Y sé perfectamente cuáles son esas palabras que hubiera preferido utilizar.
Y todo esto pasa, porque siempre vivimos muy deprisa. Sin ensayos, sin respiros, sin preparación, sin casi ni respirar.

No nos paramos. No paramos ni siquiera a observar qué hay a nuestro alrededor. No nos da tiempo a pensar y eso, vida mía, te traerá problemas. Tienes que tratar de parar cuando todo vaya muy rápido, porque así sabrás como tienes que hacer las cosas para hacerlas bien y hacerlas con amor.

Vivimos tan rápido, que se nos olvida decirnos que nos queremos.
Vivimos tan rápido, que ni nos damos cuenta cuando hemos hecho daño.
Vivimos tan rápido, que cuando queremos disfrutar de los buenos momentos ya han pasado.
Vivimos tan, tan rápido, que te das cuenta de las heridas cuando ya son muy profundas.

En la pausa y en tu actitud tendrás la oportunidad de querer, de no herir, de disfrutar y de curarte las heridas. Y de hacerlo a tiempo.

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