(O... como deberás una pausa con tu actitud)
Tienes ocho meses y ya empiezas a tener forma de ser. Empiezas a tener
personalidad. Te enfadas y te alegras. Protestas y sonríes. Te sorprendes y te
asustas.
Te das cuenta cuando algo no te gusta y lloras y te ríes cuando algo te
hace gracia.
Todo esto lo haces por varios motivos, pero sobre todo, el más importante,
es porque aún sólo eres un bebé y no tienes prejuicios de ningún tipo.
Simplemente, reaccionas de la única manera que sabes: siendo tú.
Esto te puede parecer un tontería según con la edad con la que leas esto,
pero habrá un momento en la vida, en la que entiendas el sentido que tiene.
Porque vivimos en un mundo en el que es muy difícil ser como uno querría ser.
Con el tiempo, y acostumbrada a tener que ser siempre de una manera para ser
correcta en todo lo que hagas en los diferentes ámbitos de la vida, te darás
cuenta que o no eres como te gustaría ser o que te has obligado a ti misma a
ser de una manera distinta cuando estas con más gente.
Lo que te hará ser grande no es otra cosa que tú forma de ser. Y el modo en
que la pones en funcionamiento: la actitud.
Y en tu forma de ser, sería bueno que fueran implícitas ciertas cosas que te
harán ser mejor. Para terminar la frase, debería ser: que te harán ser mejor
persona.
Mejor persona si llegas a entender que tu no decides lo que es justo y lo
que no y sobre todo aceptarlo (luchar contra todo siempre no te va a traer nada
más que noches sin dormir). La justicia, entendida como tal, aparece por si
sola cuando realmente tiene que aparecer atraída por la buena fe de tus actos y
tus palabras. Nunca creas que puedes tomarte la justicia por tu mano, porque
perderás dos cosas, el derecho y la razón.
La razón cuando no se tiene, hay que aprender a reconocerlo. Será la única
forma de que te des cuenta de que hay otros modos de pensar y de ver el mundo
distinto al tuyo; quizás todos sean válidos.
Pensar de forma distinta no te hace ser mejor ni peor que los demás.
Los demás son todo lo que compone tu entorno. Ya te dije en otra carta que
hablases con mucha gente, de aquí y de allá, que todo el mundo puede tener la
solución a lo que buscas o la respuesta a tus preguntas. Pero tampoco te
olvides de ser generosa con los demás; tienes que saber dar. Y no sólo para
después recibir, simplemente dar y compartir. Porque nunca sabes cuándo vas a
necesitar que alguien te ayude. En la ayuda sin intereses de los demás
encontrarás un buen sistema métrico para poder medir cuan grandes son las dos sentimientos
que impulsan a alguien a ayudar a otro: la comprensión y el amor.
El amor que nos hace estar vivos y que nos permite tener un medio de
comunicación global al alcance de cualquiera y que puede entenderse en cada rincón
del mundo. Las sonrisas y las caricias no entienden de idiomas, ni los besos
discuten sobre religión o colores de piel; el amor es amor aquí y en la otra
parte del mundo.
El amor es, para que te hagas una idea, cuando te despiertas por la mañana y
te sientas en la cuna y yo me acerco para cogerte y tu sonríes levantando los
brazos. Daría todo lo que tengo si me asegurasen que esa imagen no se borrará
de mi memoria jamás.
Amor es no entender ninguna de las sensaciones felices que vives cada
instante; cuando te sientes feliz y no puedes parar y tampoco puedes hablar para
expresar con las palabras exactas lo que te pasa por la cabeza, eso es amor.
Amor también es temblar de miedo por las cosas que puedan pasar. Cosas para
las que yo, por ejemplo, no estoy preparado y me dan miedo.
Tener miedo no es malo; lo malo es no saber canalizarlo para apaciguarlo.
Tener mucho miedo es igual de malo que no temer absolutamente nada: en ambos
casos creo que se actúa de formar inconsciente y se toman decisiones
irracionalmente.
Me da miedo que crezcas porque todo pasa muy deprisa; me da miedo que dejes
de ser mi pequeña. El fondo, este miedo irracional es a que crezcas y dejes de
depender mí, dejes de necesitarme. Es ley de vida que cuando te hagas mayor, también
se haga mayor en ti la independencia y eso ahora mismo es algo que no puedo
soportar.
Igual que no puedo soportar pensar que conforme crezcas, te pasarán cosas
que no quiero que te pasen; pasaremos noches en vela porque tendrás fiebre,
llegarás llorando del colegio, te caerás y te harás daño, te dolerá la cabeza,
alguien te hablará mal, se te caerá un diente y alguien (yo) tendrá que darte
el último tirón para quitártelo… pero sobre todo no puedo aguantarme las ganas
de apretar las manos si pienso en que cuando te pase algo de eso, no soy yo
quien te calma. Quiero ser quien te calme el llanto y quien te cure las
heridas. Quiero que sientas que siempre que pase algo, yo seré quien te cuide.
Quiero ser tu héroe. Quiero que me necesites.
Te prometo que podré curarte las heridas cuando te caigas mientras saltas,
podré enseñarte matemáticas hasta que seas capaz de entender para qué sirve
calcular una integral, podré cuidarte cuando tengas fiebre e incluso, también
podré cuidarte cuando alguna vez te rompan el corazón por amor (a quien te
rompa el corazón yo le romperé las piernas), pero siento decirte, que hay
muchas cosas que yo no podré arreglar por ti. Y tendrás que estar preparada.
Y que estés preparada para afrontar las cosas solo depende de tu actitud.
Sólo de eso. Es importante que uno aprenda a relativizar las cosas que pasan y
darles la perspectiva que realmente le corresponde a cada vivencia que tenemos.
No todo en la vida pueden ser dramas, porque los dramas de verdad existen y
alguno te tocará vivir. Hay familias que se rompen porque alguien muere, hay
gente no tiene trabajo o están enfermos, hay quien no tiene familia cerca
porque están muy lejos. En definitiva, hay gente que de verdad tiene problemas.
Pero mientras no pasen cosas de ese tipo, nada debe convertirse en el fin
del mundo. Puedes tener problemas, si, pero serán transitorios: momentos malos
transitorios. Vienen y van. Vivencias malas que el tiempo se encargará de ir
equilibrando entre el dolor y la supervivencia para que conforme pasen los días
el punto de equilibrio se desplace hasta el extremo positivo.
Pero intenta con todas tus fuerzas que vivir un mal momento no te quite el
resto de ilusiones, porque pese a que el ser humano es así, hay que ser muy imbécil
para permitir que una cosa mala se lleve consigo veinte cosas buenas.
Todos tenemos cosas buenas. Tú, yo y todo el mundo. Si hiciéramos una lista,
escribiríamos rápidamente veinte cosas que tenemos buenas en la vida. Y malas, también
tenemos cosas malas. Pero no vamos a pasarnos la vida de lamento en lamento.
Tenemos y tendremos problemas, pero no dramas. En esta casa, hacemos esfuerzos
cada día por ser felices, por dejar fuera todo lo que no nos aporta nada bueno.
Y eso es lo que queremos enseñarte e inculcarte.
Me pasa a menudo, que cuando he tenido una conversación importante, personal
o por trabajo, trato de rememorarla a las pocas horas, repasando cada parte de
la conversación y analizando las cosas que he dicho. Siempre, el noventa por ciento
de las veces, me doy cuenta de que hay cosas que hubiera dicho de otra manera,
las hubiera expresado con otras palabras o que quizás, debería haber movido
menos las manos. Y sé perfectamente cuáles son esas palabras que hubiera preferido
utilizar.
Y todo esto pasa, porque siempre vivimos muy deprisa. Sin ensayos, sin
respiros, sin preparación, sin casi ni respirar.
No nos paramos. No paramos ni siquiera a observar qué hay a nuestro
alrededor. No nos da tiempo a pensar y eso, vida mía, te traerá problemas. Tienes
que tratar de parar cuando todo vaya muy rápido, porque así sabrás como tienes
que hacer las cosas para hacerlas bien y hacerlas con amor.
Vivimos tan rápido, que se nos olvida decirnos que nos queremos.
Vivimos tan rápido, que ni nos damos cuenta cuando hemos hecho daño.
Vivimos tan rápido, que cuando queremos disfrutar de los buenos momentos ya
han pasado.
Vivimos tan, tan rápido, que te das cuenta de las heridas cuando ya son muy
profundas.
En la pausa y en tu actitud tendrás la oportunidad de querer, de no herir,
de disfrutar y de curarte las heridas. Y de hacerlo a tiempo.